miércoles, 9 de enero de 2013

Corazón único de pistolero: Pete Maravich

La NBA tiene mucho más de medio siglo de vida. Resultaría ridículo pensar que en tanto tiempo no ha habido historias tan bellas como trágicas. Hace 25 años nos dejó un jugador tan único por su juego como por su carácter. Muchos podrán asemejarse a él en cuanto al estilo, pero su personalidad, sin duda, será exclusiva. Un corazón mal formado desde nacimiento, literalmente, que solamente tuvo el baloncesto como forma de felicidad (y por lo tanto) de vida. Fue el "pistolero" más famoso de la liga, y una de las perfectas definiciones de genio adelantado a su tiempo. Uno de los jugadores a los que siempre habrá que rendir pleitesía pese a no ganar un solo anillo. La historia de él no se entiende sin unir juego y carácter, que es lo que le convierten todavía en más especial. Tan grande como solitario; tan bueno como fracasado"Pistol" Pete Maravich.

De haber nacido en esta época, Maravich se hubiera convertido en una estrella apreciada en todos los rincones de los estadios. Para empezar, su mecánica de tiro era absolutamente plasmada a los pasos que puede seguir un tirador o un pistolero (sin exagerar). Agarraba el balón cual pistolero que agarra su fusil; se levantaba con la misma facilidad y rapidez con la que se carga una buena escopeta; su suspensión era imparable al igual que cuando el más certero cañonero apunta y, por supuesto, un gesto de muñeca preciso para clavar sus tiros. El hecho de levantar el balón rápidamente le hacían sorprender a su par, su gran suspensión dificultaba el tapón y con su extraordinario toque de muñeca, en la que cargaba todo el peso del lanzamiento, convertía en certero cualquier tiro.

Pero Pete no anotaba solamente con un tiro desde media distancia. No tenía reparos en jugar también cerca de canasta. La cuestión es que era bueno, muy bueno y apenas le hacía falta penetrar para conseguir los puntos. Sin embargo, y pese a su a priori enclenque físico, no rehuía el contacto, pues era un maestro a la hora de hacer rectificados en el aire. Hasta para hacer una bandeja la dejaba con soltura y clase. Muchas veces evitaba a sus rivales gracias a esos rectificados y esas maniobras aéreas para acabar con una bella bandeja. Sin duda un anotador que dejó en 3 partidos huellas imborrables con puntuaciones de 69, 66 y 64 puntos.

A pesar de todo, Pistol Pete no era solamente anotación. Ni muchísimo menos. Maravich era un jugador con una extraordinaria clase. A la hora de anotar, fintar, pasar o incluso botar. Elegancia pura y dura sobre una cancha de baloncesto. Pases que aparecían de la nada, por la espalda, picado e incluso hasta para tirar a tabla. Salvando cualquier tipo de distancia con el mejor base que ha conocido la NBA (Earvin Johnson), Pete Maravich mostró la magia que podría llegar a tener la liga en el siguiente periplo con una de sus épocas más doradas. Evidentemente, tanta magia iba acompañada de mucha técnica. No solamente con el pase, sino con los cambios de mano y su gran zancada le permitían dejar atrás a su par sin tener aparentemente gran físico. No era una mera gacela cargada de explosividad, sino un cisne entre 9 patos. Aquel que desentonaba por lo que hacía (magia), cuándo lo hacía (en cualquier momento) y cómo lo hacía (bello y efectivo).

Y como todo gran jugador, tenía una enorme inteligencia para jugar. Sus pases no solamente eran bellos y precisos, sino útiles. Convertía una asistencia en un arte, una utilidad, una belleza y un recurso. Todo en uno. Hacía los tiros que hacía por algún motivo. Los rectificados siempre para compensar su falta de físico para machacar y evitar a los rivales. Si en algo no tuvo inteligencia (y tampoco se llamaría así, sino más bien culpa) es la de que nadie entendía su juego. Un juego de rapidez de movimientos, de conseguir embellecer este deporte al tiempo que se consiga disfrutar y progresar... pero en el que nunca tuvo acompañantes para convertirlo en victorias. Eran los años 70 y todavía no existía esa mentalidad. Precisamente por esto, y por el propio carácter retraído de Maravich, es por lo que no se entiende que un talento como él no llegara lejos por su personalidad (y su corazón, evidentemente).

Sería muy injusto intentar, en apenas un par de párrafos, resumir la caótica vida y el complejo carácter que acompañó siempre a Pete Maravich. Las breves pinceladas que se pueden decir de él jamás le harán justicia, pero puede servir para hacernos una idea de los entresijos mentales del de Louisiana. 

Desde bien joven fue obligado por su padre a jugar al baloncesto. Por necesidad y por su familia, y el padre fue su propio entrenador. Lo asumió de buen grado, ya que tampoco le quedaba otra, pero quedaba claro que iba a ser un genio y un mago del balón. De él cuentan anécdotas reveladoras, como que iba botando un balón a cualquier recinto que se pueda imaginar. Cuando estaba en el cine, por ejemplo, se sentaba en la butaca que daba al pasillo y botaba el balón con una mano. Al cabo de unos minutos, cuando se cansaba, se cambiaba a la  fila del otro lado del pasillo y lo botaba con la otra mano. O por ejemplo una noche, cuando jugaba con unos amigos, le dijeron que se iban a casa y Pistol les respondió: "voy a seguir practicando el tiro y en cuanto falle, me voy". Lanzó 170 tiros seguidos y todavía no había fallado. Sin duda sus mejores épocas y más positivas fueron de niño y adolescente, y es que su partido debut en la NCAA arrojó unas estadísticas bestiales: 50 puntos 14 rebotes y 11 asistencias. Por algo luciría el dorsal 44 (anotación media de su periplo universitario).

El lado oscuro de este genio llegaba por su extrema introversión. Debido a su timidez y falta de sociabilidad, convirtió del baloncesto su única felicidad y su vida. Eso le hizo, en primer lugar, encajar mal las críticas en su juego, ya que el basket era su más profundo mundo. Con un "Por qué me haces esto" en tono triste le hablaba a un cronista que le criticó por querer lucirse antes que por pensar en el equipo. Y como todo ser humano en la vida, se marcó una meta clara: "No soy ambicioso. No quiero 10 anillos, me conformo con solo 1". Desgraciadamente para él, no llegó ni a eso. Representó la viva imagen del sueño frustrado de su padre, quien tan duro fue con él desde el primer segundo que se dedicó a este deporte. No son pocas las situaciones personales complicadas que tuvo que vivir. El duro refugio del alcohol o uno de los hechos más dramáticos. Llegó a tener el cañón de una pistola metido en la boca tras una pelea a la salida de un bar... y no importarle su muerte. Tenía 20 años y un arma encasquillada le salvó la vida. Una terrible angustia recorría su cuerpo:

"Empecé a pensar en toda la basura de mi vida y en cómo un mero apretón del gatillo podría hacer que todo desapareciera. Ya no sufriría más decepciones. Ya no tendría que seguir esforzándome por conseguir un anillo de campeón. Pensé que finalmente tendría paz si ella apretaba el gatillo”

Con una débil autoestima, el único amor que le acompañó en su vida fue el del público (sobre todo el de los New Orleans Jazz), que vibraba con cada acción osada que intentaba sobre la pista. Finalmente terminó en Boston más como un suplente de poco apoyo que como una estrella, y es que bajó absolutamente su anotación, en parte, por su lesión de rodilla. No aguantó ni un año más al verse en esa situación, pero su mundo se terminó de derrumbar al contemplar que los Celtics, al año siguiente de su retirada, consiguieron el anillo. La fama de perdedor definitivamente le acompañó toda su vida.
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Sería tremendamente injusto dejar aquí la historia de Pete Maravich. Por eso en las fuentes voy a citar un doble artículo publicado en la revista JotDown por E.J. Rodríguez que ilustra, de manera brillante, todo lo que fue esta estrella. Detalles con pelos y señales de la compleja vida de Pistol.

Pistol Pete Maravich tuvo una malformación en el corazón de nacimiento. Realmente nunca lo supo como tal. Entre tanta tristeza de la infancia, se refugió tanto en el baloncesto, porque era el lugar donde él se sentía apreciado. Y también por eso quizá tenía ese don de ser tan mágico... la vida fue tan cruel con él que, hasta lo único en lo que podía haber sacado partido, fue un adelantado a su tiempo. Por suerte le retiraron la camiseta y le incluyeron en el Hall of Fame. La vida, aunque no le empezaba a sonreír, por lo menos le devolvía parte de lo que le había quitado.

La leyenda de Pete Maravich es tan grande y, por triste que parezca, merece ser recordada hasta el día de su muerte. Un 5 de enero de 1988 volvía a sentir con unos amigos el calor de una cancha de baloncesto. Jugar por amor al baloncesto, como gran esencia. Con un balón, sobre una cancha de basket y con unos amigos... parecía perfecto. Allí mismo, la última frase que pronunció fue: "me siento genial". A los pocos minutos, cayó desplomado al suelo mientras botaba, víctima de un infarto. Murió por y con lo que deseaba. Casi tal y como empezó. Cerró el círculo. Un genio, un crack, una figura y estrella absolutamente incomprendido y solitario, que no tuvo la suerte de otros grandes de conseguir el objetivo que anhelaba. Fue el corazón único sin amor del más famoso pistolero.

Hasta Siempre, Pete Maravich. D.E.P.






Fuentes de apoyo: Vídeo ilustrativo de su estilo de juego
RECOMENDACIÓN LECTORA: Doble artículo sobre la vida de Pete Maravich por E.J. Rodríguez. Absolutamente recomendable
Pete Maravich. El ídolo con el corazón roto I.
Pete Maravich. El ídolo con el corazón roto II

Fotografías: http://www.basket4us.com/galeria/index.php?gal=PeteMaravich25AnosFallecimiento&img=51790719_10.jpg#galeria
http://www.jotdown.es/2012/01/pistol-pete-maravich-el-idolo-con-el-corazon-roto-i/
http://www.nba.com/history/legends/pete-maravich/index.html

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